CARLOS III. PREOCUPACIÓN EN ESPAÑA POR LA PROTECCION DE CATALINA DE RUSIA A LOS JESUITAS. 1782

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En enero de 1782, el obispo de Mohilou (Moguilev) Estanislao Siestrzencewicz fue nombrado por la zarina Catalina II arzobispo y responsable jerárquico de la Iglesia católica en su Imperio, incluidas las órdenes regulares. El embajador de España en Roma, duque de Grimaldi, informa de la tibieza de la Santa Sede ante la política religiosa de la emperatriz, decidida partidaria de proteger a la Compañía. La confirmación del nombramiento como arzobispo “sería lo mismo que confirmar el Papa lo que había hecho aquel Prelado relativamente a los Jesuitas; que esto ofendería altamente al Rey, a la Francia, ya todos los soberanos de la Casa de Borbón”.

(España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte A. G. S. Estado legajo 5.056)

            Exmo Sr.

            Muy Señor mío: he diferido el dar cuenta al Rey de las cosas relativas al Obispo de Mohilou, y a las ridículas demandas de la emperatriz de la Rusia al Santo Padre, igualmente de los pasos que he ido dando a medida que se ha sabido aquí los sucesos de aquellas partes, por haber juzgado conveniente aguardar para informar a V. E. no tan solamente de los citados antecedentes, y no también juntamente del Plano que aquí se pensaba adaptar; pero viendo que se difiere más de lo que me habían ofrecido, paso ahora a poner en noticia de V. E. los citados antecedentes.

            Escribió una carta a la Emperatriz al Papa notificándole, que habiendo pasado a otro obispado en Polonia el que era obispo de los griegos unidos en sus Estados, había dispuesto aquella Soberana que se formase un Consistorio de Eclesiásticos Griegos unidos, para que gobernase en a todos los de aquella profesión dispersos en la extensión del Imperio Ruso, que dicen ascender al número de ochocientos mil, y al mismo tiempo pedía la Emperatriz al Papa que nombrase Arzobispo de todos los Católicos Latinos de sus Estados al obispo in partibus de Mohilou. A esta carta de la Emperatriz diferió el Papa bastante tiempo en responder, y lo ejecutó, como verá V. E. por la copia adjunta, en octubre del año pasado.

            Estando ausente el Papa vino una respuesta de aquella Soberana en fecha de 30 de enero de este año, cuya copia igualmente incluyo.

            Luego que yo descubrí que había venido esta carta, y que pude tener copia de ella, determine hablar al Cardenal Antonelli, en cuyas manos paraban estos negocios como Prefecto de Propaganda, para hacerle considerar que este asunto tenía dos partes. la una, que respectaba directamente a la autoridad del Papa, y aún a materia de religión; la otra era relativa al decreto dado por el citado obispo de Mohilou, en que pretendía restablecer la Compañía de los extintos en los Estados de la Rusia.

            Que respecto a la primera debía interesarse el Rey mi Amo en el decoro de la Santa Sede, y en la conservación de la disciplina recibida, y que Su Santidad pensase bien en no dar paso perjudicial, pero que esté. Pertenecía directamente al Ministerio Pontificio, y que así solamente le hablaba yo como católico y celoso del bien de la Iglesia.

            Pero que el segundo punto respetaba directamente a las miras del Rey, y aún de la Francia; que de consiguiente si elevasen al obispo de Mohilou a arzobispo, creándole una Iglesia o Diócesis, gratificando y honrando al citado obispo, sería lo mismo que confirmar el Papa lo que había hecho aquel Prelado relativamente a los Jesuitas; que esto ofendería altamente al Rey, a la Francia, ya todos los soberanos de la Casa de Borbón; que yo no tenía sobre este nuevo incidente, ignorado aún de mi Corte, instrucciones directas, pero que conociendo el modo de pensar del Rey, de día en amistad prevenirle, para que se precaviese en de un grave disgusto que le podrían causar nuestras Cortes.

            El Cardenal Antonelli se hizo cargo de todas mis razones, y de lo mucho que importaba a Roma no dar paso alguno que pudiese disgustar, y en prueba de ello me confirió que habían pensado el diferir algún poco el tiempo en enviar la carta de la Emperatriz de Rusia al Papa, que se hallaba fuera de Roma, para precaver que Su Santidad se apresurase a responder sin que por su parte se le ex pusiesen todas las consideraciones que convenía hacer sobre la materia.

            Que era cierto, que el gran número de católicos griegos unidos, y de los latinos, que se hallaban en la Rusia debía interesar al Papa y a la Iglesia Romana. para procurar en algún modo el no dejar en abandono tantas almas, que según los principios de la Emperatriz de Rusia se podía temer que procurase atraerlos la Religión Cismática.

            Que hasta el retorno del Papa nada se haría, y que me aseguraba por su parte que su dictamen era, que se comunicase Nantes al rey las ideas que se formasen por Su Santidad sobre este asunto.

            Informé de todo al Cardenal de Bernis, el cual habló también después al Cardenal Antonelli sobre la materia, aunque no tan largamente como la sesión que tuve yo con el segundo en su casa, bien que sustancialmente en los mismos términos.

            Al retorno de Su Santidad el Cardenal de Bernis tuvo su audiencia el martes, y de acuerdo conmigo habló al Santo Padre sobre este asunto del obispo de Mohilou; parece que Su Santidad le respondió en términos vagos, repitiéndole lo que me había dicho Antonelli de la necesidad de cuidar de tantos católicos que hay en la Rusia, de la indiferencia con que el Emperador sabía explicado con el Santo Padre sobre la extinción de la Compañía, y que aquel Príncipe le había añadido, que se podía hacer cuanto se quisiese, pero que no se lograría nunca que la Emperatriz de Rusia desistiese de su empeño de querer los Jesuitas, como Jesuitas en sus Estados.

            Al jueves siguiente fui yo a la audiencia, y como me expliqué muy fuerte con el Papa sobre esta materia, haciéndole considerar, que si recibía tantos disgustos por muchas partes, no diese lugar a que le viniesen algunos nuevos por la de nuestras Cortes; bien que me repitió poco más o menos lo que había dicho al Cardenal de Bernis; no obstante la conclusión fue que no se haría nada sin comunicarlo antes al Rey; la misma promesa me ha repetido el Cardenal Antonelli, a quien referí mi conversación con el Santo Padre.

            Debo creer que no faltarán a esta promesa, que aún no veo cumplida, porque acaso el embarazo en que se hallan hará diferir alguna resolución; pero yo no dejo, ni dejaré de representar sobre la necesidad de no disgustar al Rey.

            Lo más digno de observarse es la tranquilidad con que se manifiesta el Papa en un tiempo en que toda Roma clama contra él, no por no haber conseguido nada del Emperador, pues esto no dependía de su voluntad; pero sí por haberlo dado a entender con sus palabras y escritos, y por observarse que se jacta de haber contraído grande amistad con el Emperador, y de estar en correspondencia de cartas con S. M. I.

            Me repito a la disposición de V. E., cuya vida ruego a Dios guarde muchos años.

            Albano, 1º de agosto de 1782.

            Duque de Grimaldi a Conde de Floridablanca.

*Selección y transcripción de Enrique Giménez López, 2017, bajo licencia Creative Commons “Reconocimiento – No comercial”. El autor permite copiar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente la obra, y generar obras derivadas siempre y cuando se cite y reconozca al autor original. No se permite utilizar la obra con fines comerciales.

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