CARLOS IV. EL DUQUE DE PARMA PIDE A SU TIO, CARLOS IV, QUE SE UNA EN LA RESTAURACIÓN DE LOS JESUITAS. 1794

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En 1793 el Duque de Parma Fernando IV solicitó al General de los jesuitas en Rusia, el P. Lenkiewicz, enviase a Parma a tres jesuitas (Luigi Panizzoni, Antonio Messerati y Bernardino Scordialò) para restaurar la acción de la Compañía en el Ducado, educar a la juventud y levantar un baluarte frente a la irreligión de la Filosofía ilustrada. Con esta carta solicita al rey de España, su tío, se sume a la restauración de la orden ignaciana: “Si quieres que sea bendita tu Familia, que lo sean también tus Reinos, y triunfar de tus pérfidos enemigos, hazlo así”. Carlos IV respondió negativamente.

(España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte A. H. N. Estado legajo 3.518)

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1794 5 23 DUQUE DE PARMA A CARLOS IV

Hermano querido: recibí en el último correo que nos llegó (pues ahora estamos sin correo alguno) la tuya de 29 del pasado, pero la semana pasada me fue imposible el poderte responder (como encargué a mi hermana que te dijera) a motivo de la visita de [¿], el cual aún tenemos aquí, pero nos deja mañana. Y ahora voy a responder a lo que contiene la citada carta tuya.

Por la misma con mucha pena, el disgusto que te he causado haciendo que mi Ministro suspendiese de no dar al tuyo respuesta a lo que este último por orden tuya le había escrito, cerca de la intención tenida por mí en haber llamado vario ex Jesuitas en mis Estados. Puedes estar seguramente cierto que esta suspensión no la he ordenado, sino para conservar aquel secreto, con el cual se deben conservar las altas cosas de Dios, y comunicarlas solo a aquellas Personas para las cuales el mismo Dios se digna manifestarlas; y fue por esto que te escribí en derechura, manifestándote mi deseo de decirte después claramente cuales fueron mis intenciones cerca de un negocio, el cual con toda la seguridad la más cierta, y la más constante, puedo asegurarte que mucho interesa a Dios, y que Dios lo quiere. Por esto yo hice así, y no ya porque en algún modo yo tuviera difidencia de acudir a quien tanto estimo y quiero, y de quien bien conozco todas las excelentes dotes y calidades.

Ya son muchos años, que cierto yo sobre de esto de la voluntad de Dios, y viendo cuanto se iba dilatando la irreligión, y el mal costumbre, y la gran ruina que iban haciendo las máximas introducidas (de las cuales ya ahora demasiado se ve el triunfo en todas partes) pensé en volver a llamar a los ex Jesuitas mis Nacionales para la educación de la juventud en mi Colegio de Nobles, que está arruinado, y escandalosamente desordenado. Pero antes de llamar estos tales, escribí sobre esto al Sr. Rey (que esté en Gloria) mi Tío, y tu Padre, el cual (aunque su respuesta no fue de entera aprobación) no se opuso no obstante en modo alguno a cuanto yo había pensado de hacer; con que entonces me dispuse a llamar los exjesuitas mis Nacionales, lo que ejecuté después de algún poco de tiempo, y los emplee a reparar a los gravísimos desórdenes del ya referido Colegio, como, por gracia de Dios, lo he logrado felizmente, y siempre más se logrará. Al mismo tiempo como infinito me importaban los demás súbditos míos, no podía tener yo tanto ex Jesuitas Nacionales para este fin, fundado yo sobre de otra semejante carta del sobredicho Rey mi Tío, mientras era esta una cosa que yo había ya previsto, pensé de llamar también otros no Nacionales, en los cuales se hallan también algunos españoles. Dios se ha dignado bendecir estas diligencias mías (como ha hecho la del Colegio de Nobles) tanto en Parma como en Plasencia, a frente de cuanto hayan podido inventar, y hacer la malignidad y la maledicencia.

Viendo yo tan felices progresos, y que el Señor me asiste en la obligación muy estrecha que tengo el defender a la Religión ya tan maltratada, y en destruir la ruina hecha en el corazón de los hombres por la Philosophia, y por las máximas sediciosas que corren, es verdad que pedí a la Emperatriz de Rusia que me enviase dos o tres de aquellos que estaban en sus Estados, pero son italianos; esto lo he hecho (persuadido del aprobo del Papa en favor de los mismos) con la secreta mira de que éstos, con las debidas aprobaciones, estableciesen con los otros la forma de su Religiosos Arreglamentos, pero en el modo menos aparente que fuera posible, hasta que Dios lo hubiese querido.

Mi Hermano querido, bien ves estar yo en deber (por la constante seguridad que tengo sin duda ningunísima, que Dios quiera que sea restablecida la Compañía de Jesús) de hacer cuanto yo más pueda para secundar y obedecer a sus voluntades; y además de eso, con todo el corazón, con todas mis fuerzas, y con todo el cariño y ternura, te ruego no solo que secundes este deber mío, sino que hagas lo mismo en tus propios Reinos, asegurándote de la gran necesidad en que estás de hacerlo.

Así mismo te aseguro, Hermano mío, que los enemigos de los Jesuitas, son los enemigos de la Religión y de los Soberanos. Tu mismo, y todos ahora, ya deberían y deben conocer la verdad de esto. Si quieres que sea bendita tu Familia, que lo sean también tus Reinos, y triunfar de tus pérfidos enemigos, hazlo así. Creeme, y créelo, que los muchos hijos, después de tantas lástimas y penas (pues te morían todos los varones) Dios te las ha dado para que creas que Él, aunque mira a la España con ojos de benignidad, si harás cuanto con mucha gana hubiera hecho el Rey difunto cuando compareció al Tribunal de Dios.

Perdóname, Hermano mío, si esta carta ha venido tan larga, pero no he podido por menos, y hubiera yo creído de faltar a mi deber, y también al afecto que te tengo, si hubiera omitido de decirte estas cosas.

Adiós, Hermano querido, consérvame tus bondades y tu cariño y en amor siempre.

Colorno, 23 de mayo de 1794.

Fernando a Carlos IV.

*Selección y transcripción de Enrique Giménez López, 2017, bajo licencia Creative Commons “Reconocimiento – No comercial”. El autor permite copiar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente la obra, y generar obras derivadas siempre y cuando se cite y reconozca al autor original. No se permite utilizar la obra con fines comerciales.

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