Día: 14 May, 2020

CARLOS IV. TESTIMONIO DE UN EX JESUITA ESPAÑOL DE LA ENTRADA DE LAS TROPAS FRANCESAS EN BOLONIA. 1796

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El ex jesuita castellano Manuel Luengo anota en la entrada de su diario correspondiente al 19 de junio de 1796 la entrada el día anterior de las tropas francesas del General Bonaparte en Bolonia sin encontrar resistencia, pues el cardenal legado, Ippolito Vincenti, lo había ordenado así. A Luengo le impresionó el desarreglo de la tropa republicana, “gente tan puerca, tan asquerosa y tan sucia”, a los que comparó con los bárbaros que invadieron Italia en el siglo V.

(España. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte Archivo Histórico de Loyola, Diario de Manuel Luengo, Tomo XXX)

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1796 6 ENTRADA FRANCESES BOLONIA

Aseguradas las gentes con este Edicto del Cardenal Legado, firmado también del Confalonier Herculani, de que nada tenían que temer de la Tropa Francesa, e ignorantes del todo de los Tratados ocultos, sólo pensaban en salirle al encuentro fuera de la Ciudad para verla más presto, en amontonarse en las murallas y en las calles por donde habían de pasar. La Tropa Francesa hizo alto a poca distancia de la puerta, y a vista de las gentes que coronaban los muros, y allí mismo se substanció la causa de un soldado que ya de dentro del Boloñés, en una Iglesia de un Convento de Religiosos, llamado Brenuncio, había robado el Copón, acompañando al robo las indecencias y sacrilegios que se dejan entender, y, dada la sentencia en el mismo camino público, le arcabucearon. Sirven maravillosamente esta ejecuciones militares, que hacen algunas veces estos impíos Republicanos, porque las necesidades y circunstancias del día lo piden para deslumbrar al vulgo, en el que entran para estas cosas en todos los países, y a casi todos sus moradores, y para hacerle creer que los franceses no son enemigos de la Religión.

Después de esta Justicia se puso en movimiento la Tropa, viniendo entre los Oficiales, como en rehenes y para seguridad de que no se le haría resistencia, el Senador Conde Carlos Caprara. Como a las 11 de la mañana empezó a entrar por la puerta llamada de San Félix, y es el del camino real de Módena para Bolonia. Yo vi desfilar todas esta Tropa Republicana y protesto que en mi vida he visto, ni aun es posible que se vea, Tropa más asquerosa, más andrajosa, peor armada y peor provista, y más despreciable y ridícula en todo: y puntualmente es una Tropa del todo diferente y, por decirlo así, contradictoria de la Tropa Francesa cuando había Reyes en Francia. Lo único, que había bueno en esta columna de 5.000 o 6.000 hombres de Caballería e Infantería, eran los Caballos, porque son todos, y aun los de la mayor parte de los Oficiales, de los que habían robado en la Lombardía, en el Parmesano y en el Modenés, pues todos ellos tienen cola y están gordos y bien tratados, y los de los franceses son rabones, y después tres meses de campaña y en tales países y con tanta escasez de todo, no pudieran estar en tan buen estado.

La gente de Caballería por mitad es buena y la otra mitad no sería admitida en la Caballería Francesa de los tiempos pasados. En la Infantería apenas hay en cien hombres diez que tengan la talla y estatura correspondiente, y los más son muy pequeños, y casi por mitad muchachos de 15 años, que apenas pueden con el fusil y con la mochila. El uniforme de todos, a lo menos en la casaca, es azul oscuro, y parece que éste es el de toda la Tropa Republicana de Caballería e Infantería, aunque en una y otra, de la que ha venido aquí, se veía algún otro hombre vestido de blanco, y será porque no se haya encontrado otra cosa con que cubrirles, o por ser alguna bizarría filosófica que no se entiende, y aun he visto a uno o a dos vestidos con una especie de ropa talar negra, que habrá robado a algún Eclesiástico. Los más de los soldados de a caballo y de a pie no tienen calzones regulares ni medias ni botines, y por todo suplen unas bragazas de estopón, a manera de las de los marineros, que les llegan casi a las rodillas, y a más de una docena de ellos les he visto del todo descalzos. Esta Tropa debe de venir en derechura desde Francia, como dicen algunos, aunque ella llegó a las cercanías de Mantua, o no ha bastado lo mucho que se ha pillado en la Lombardía, aunque ha sido mucho, para vestir a toda la Tropa, pues, además de las dichas miserias, el uniforme o casaquilla azul de casi todos esta rota, casi despedazada y hecha un andrajo, y al mismo tiempo puerquísima y hedionda. ¿Y cómo han de estar limpios, si yo mismo he visto a muchos soldados, y a presencia de sus Sargentos y Oficiales, sin que nadie les dijese una palabra, llevar sobre las espaldas y sobre las cabezas una media pierna de buey recién muerto y corriendo sangre? No sé cómo estos melindrosos y pulidos italianos, que casi se espantaban de nosotros, y de cierto nos insultaron cien veces en este punto de limpieza, porque no vestíamos con tanto aseo y pulidez como los Regulares del país, no se horrorizan y aun se desmayan de ver una gente tan puerca, tan asquerosa y tan sucia, y su limpieza interior en sus cuarteles corresponde a la que presentan a los ojos en la calle.

Sin embargo de todo lo dicho sobre la extravagancia y miseria de su uniforme, me llevó más los ojos el adorno de sus cabezas. Casi no había cuatro hombres seguidos en un batallón o escuadrón que tuviesen el sombrero del mismo modo y, además de mil ridículas figuras en los sombreros, había variedad de gorretes ridículos, con punta larga y corta, y otros redondos. Y entre los de Caballería había muchos que traían unos casquetes o morriones de cartón, y en su cima o cresta cosidas o pegadas trenzas o colas de caballo que, desgreñadas o esparcidas les llegaban a la mitad de las espaldas. En sus armas hay también irregularidad y pobreza. A varios de Infantería les falta la bayoneta, y a otros de Caballería el sable; y demasiado se conoce por la calidad misma de los sables y de los fusiles que en Francia se van acabando las armas, como se van acabando también los hombres que sean capaces de ellas.

Los Oficiales Republicanos son al talle de la Tropa. No hay en su traje o vestido la uniformidad que se ve en la Oficialidad de todas las Naciones. El vestido más común es una ropilla casi talar azul, que se abraza por delante del pecho y así se cubre todo, y unas bragazas un poco menos groseras que las de los soldados; y los que tienen grado de coronel u otro superior, traen una banda a la cintura o cintas de tres colores en el brazo izquierdo, y por ellas, y quizás también por un penacho de tres colores en el sombrero se conoce el grado que tienen. En este pequeño Ejército no se ve ni una sola tienda, y varias veces había oído asegurar (aunque no creía una brutalidad tan grande en los humanísimos filósofos y en los amigos del género humano) que aun en las montañas del Piamonte el Oficial y el soldado se echaban a dormir a cielo descubierto sobre la tierra y sobre la nieve. De equipaje de la Oficialidad nada se ve, pues tres o cuatro carros algo cubiertos, que se veían entre la Tropa, servirán para traer las municiones para la misma y para tres o cuatro cañones de campaña y un obizo, que es todo su tren de artillería. Al venir a mi casa, después de haber visto pasar la Tropa, encontré un forlón en el que venían de viaje tres Oficiales, y, por lo mismo de hacer en coche su viaje, se ve que no serían de los más pobres; y, con todo eso, su equipaje se reducía a una maletilla atada en la zaga del coche, en la que podían caber dos camisas para cada uno.

Todo, pues, en esta Tropa Republicana, que se nos ha metido hoy francamente en Bolonia, es pobre, desaliñado, asqueroso, grosero y rústico. Pero esta su misma miseria, grosería y rusticidad, juntas con la extravagancia de sus trajes y aun de sus armas, con su color tostado y denegrido con los hielos y rayos del sol, con sus semblantes, gorretes, morriones y aun vestidos cubiertos de polvo, y con un cierto sobrecejo y modo de mirar orgulloso y dominante, daban a esta Tropa un aire no tanto de animosa y de valiente, cuanto de fiera, de bárbara y de sanguinaria; y viéndola, sin diligencia ni estudios, se me presentaron a la memoria todos los Bárbaros del Norte, los Hunos, Alanos, Vándalos, Godos y Longobardos, que en otros tiempos hicieron irrupciones en Italia y en otros Reinos del mediodía; y de cierto, comparadas las dichas Naciones con las gentes de las Provincias invadidas en aquellos siglos, no merecían tanto el título de bárbaras como esta Tropa Republicana o filosófica cotejada con los presentes moradores de este país. En éstos generalmente se descubría pintado en sus semblantes no solamente la admiración y el pasmo, sino también el embelesamiento y un lúgubre y silencioso terror al ver desfilar esta extravagante y fiera Tropa Republicana. Por lo que a mí toca (y lo mismo me han asegurado muchos españoles), protesto sinceramente sin ser muy valiente y animoso, que en aquel tiempo en que estuve viendo pasar esta Tropa Republicana, más que miedo o temor alguno me ocupó enteramente una soberana indignación de que sea tanta la cobardía y afeminación de estas gentes, tanto el abatimiento de la Corte y del Soberano, que, pudiendo esta sola Provincia poner en armas 20.000 o 30.000 hombres, un puño de gente soez, asquerosa y mal armada se apodere fácilmente de todo.

*Selección y transcripción de Enrique Giménez López, 2017, bajo licencia Creative Commons “Reconocimiento – No comercial”. El autor permite copiar, reproducir, distribuir, comunicar públicamente la obra, y generar obras derivadas siempre y cuando se cite y reconozca al autor original. No se permite utilizar la obra con fines comerciales.

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